sábado, 5 de febrero de 2011

Introducción

Alexandra Devereaux era un plato que ningún hombre dejaría sin probar. Quizás fuesen sus ojos negros los que conquistaban, con aquella noche llena de estrellas, toda mirada que se posara en su rostro, delicado, blanquecino. La señorita Devereaux sabía cómo expresarse, cómo hacerse notar con oraciones ocurrentes, llenas de adjetivos innecesarios y un ligero olor a dramatismo inventado. Ella había creado un personaje que no sólo llamaba la atención por su afición a la música metal, sino también por su alma de cristal, por sus rebuscadas palabras y su sencilla melena azabache que únicamente le rozaba los hombros al andar entre sonidos de tacón. Pero lo que más le gustaba a Sebastien de Alexa eran sus labios, siempre pintados de rojo, tan pasional y brillante que parecía sangre saliendo a borbotones entre sus dientes. O puede que fuese su forma de pedirle que se quedase un rato más, con la lágrima a punto de deslizarse entre exageradas demostraciones de amor.
Ali, como sólo él la conocía -pues no dejaba que nadie más la llamara así-, era la chica perfecta, más bien predecible, la que siempre te buscaba entre sollozos, la que nunca dejaba de exponer su corazón. Era perfecta… Hasta que llegó Sophie.

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