sábado, 19 de febrero de 2011

2

Dejó la toalla y la ropa seca más pequeña que había encontrado, en el tocador, saliendo de la estancia con la excusa de poner la calefacción. La verdad es qque no era una noche fría, pero el hielo que se había formado en el corazón de Alexa había inundado la casa en cuestión de segundos. Sebastien sabía muy bien por qué venía. Conocía exactamente la razón por la cual se había presentado a las cuatro de la madrugada.
Lucas.
Lucas era un chico de origen argentino y residente en Barcelona, España, que había decidido pasar sus vacaciones en París jugando a los enamorados con Alexandra. Incluso Sebastien, a quien, en un principio, todo le había parecido tremendamente subrealista, había terminado creyendo las palabras de amor de Lucas, aunque nunca lo admitiese durante sus múltiples disputas con Alexa. Se acordó de una en concreto...
-¿Por qué no puede creer que me quiere? -chilló Alexa, dando vueltas por el salón.
-¡Porque no puede ser! ¡Nadie se enamora tan rápido! ¡Nadie...
-¿Nadie sería capaz de amarme? -le interrumpió-. ¿Tan poco me quieres que no puedes reconocer que alguien podría sentir algo por mí?
-Valentina Alexandra Devereaux...
Alexa se quedó callada, esperando a que soltase lo que tuviese que decir. Siempre que utilizaba su nombre al completo era porque estaba realmente enfadado. Y cuando estaba tan molesto, hasta Alexandra sabía que debía no interrumpirlo.
-Eres estúpida si piensas que no me importas -dijo-. ¡Maldita sea! ¡Lo único que no quiero es que te haga daño!
-Ya tardabas en llamarme estúpida...
-Valentina -rugió.
-No va a hacerme daño, ¿vale? Así que tranquilízate. Sé que me ama.
-¿Y cómo narices lo sabes? ¿Eh? -le preguntó- ¿Te ha traído rosas? ¿Te ha invitado a cenar? ¿Te ha besado en lo alto de la Torre Eiffel? ¡Todos lo hemos hecho alguna vez! ¡Despierta, Alexa!
-Sebastien, estúpido, no todos son como tú.
-Está bien. Vete -le pidió, tranquilamente.
-¿Qué?
-Que te vayas. Mientras estés con ese... ¡Me da igual! Haz lo que quieras. Es tu vida. Pero lárgate de la mía.
-¿Así se arreglan las cosas? Muy bien, Sebastien, te aplaudo. Eres, sin duda, el hombre más sensible y comprensivo del mundo.
Mientras Alexa daba un portazo, Sebastien clavaba sus nudillos en la pared del salón.

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