sábado, 12 de febrero de 2011

1

Sonó el timbre. Sebastien decidió dejarlo pasar. Eran las cuatro de la mañana y no creía que fuese nadie importante. Seguramente fuese un borracho o un mendigo buscando alcohol, cobijo o una oreja que lo escuchase, se convenció. Oyó como alguien dejaba su cuerpo caer sobre la puerta. Sólo conocía a alguien que únicamente llamaría dos veces para que le abrieran y se quedaría esperando una eternidad, o una madrugada, a que lo hicieran, sin insistir, sin dar golpes en la puerta, sin gritar. Se levantó inmediatamente y corrió hacia la entrada. Cuando giró la llave, notó como el frágil cuerpo se incorporó y cesó su fuerza contra la puerta. Todavía no había encendido la luz cuando vio una figura mojada, con la mirada clavada en el felpudo y los zapatos de tacón recogidos en los brazos. De su negra melena caían gotas de lluvia que habían decidido quedarse alojados en su pelo durante la noche de tormenta, y de su vestido oscuro sólo podía decirse que parecía una sábana recién sacada de la lavadora.
-¿Ali? -preguntó innecesariamente Sebastien. Ya sabía que era ella cuando su cuerpo se desplomó sobre la puerta nada más llamar.
-¿Puedo entrar?
Mientras sus ojos color noche subieron hasta la mirada verde de Sebastien, su maquillaje continuaba cayendo por su mejilla, pero sus labios aún estaban perfectamente pintados de rojo.
Alexandra entró y pasó por debajo del brazo de Sebastien, que todavía sujetaba la puerta. Cuando escuchó las gotas de lluvia caer sobre la madera de su apartamento, reaccionó y fue en busca de una toalla y ropa seca. Al volver a la entrada, Alexa ya no estaba. La buscó en el salón y la cocina, pero se había movido hasta el baño.
-¿Por qué te escondes? Así es imposible encontrarte -bromeó Sebastien, para, por lo menos, sacarla una sonrisa.
Sin embargo, Alexandra lo miró con los ojos con los que te mira un cachorro en adopción, dolorido, con la lágrima a punto de caer. La única diferencia era que, a ella, la rodeaba un halo siniestro, una especie de niebla que destruía cualquier sonrisa que pudiese pensar en tener. Sonó un trueno a lo lejos y él lo sintió como si, finalmente, Alexa hubiese dejado caer el corazón de las manos y se hubiese esparcido por el suelo del aseo.

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