sábado, 26 de febrero de 2011

3

Los pasos sobre los azulejos de la cocina despertaron a Sebastien de su ensoñación. La sudadera que le había prestado a Alexa le quedaba gigante, aún así, estaba mejor que media hora antes.
Se creó un silencio incómodo entre los dos, entre el sonido de la caldera y el de la lluvia repiqueteando sobre el cristal de la ventana. Alexa fue la primera en hablar:
-Por favor, no me digas que ya me lo djiste.
Sebastien se acercó a ella y gastó las fuerzas que tenía para reprocharle en darle un abrazo.
-Te echaba de menos, Ali.
Y era cierto. Hacía dos meses que Alexa había cerrado la misma puerta por la que aquella noche había entrado, y un mes y medio desde que Lucas había marchado con dirección a Buenos Aires. No había sabido de ella desde entonces.
-Puedes quedarte aquí, si quieres -continuó-. Puedo dormir en el sofá.
-Yo dormiré en el sofá -replicó.
-Alexa...
-No, Sebastien, de Alexa, nada. He venido a despertarte a las tres de la madrugada sin ninguna razón aparente. No creo justo que, lo que queda de noche, duermas en el sillón.
Sebastien se quedó mudo y, en lugar de contestar, se agachó y rodeó las piernas de Alexandra con los brazos.
-No. Ni se te ocurra -amenazó Alexa.
Sebastien la cargó sobre su hombro derecho y la llevó en dirección a la habitación.
-¡Sebastien, bájame inmediatamente! -chillaba Alexa mientras él hacía caso omiso y seguía caminando.
-¡Sebastien! -gritó.
-A sus órdenes, señorita -dijo al depositarla sobre la cama-. Por cierto -añadió-, deberías comer más; no pesas nada.
Alexandra despotricaba mientras él la acomodaba entre las sábanas. Pasados unos minutos perdidos hablando con el aire, decidió callarse y cruzarse de brazos. Él la acostaba con tanta delicadeza que ella no podía más que sentirse peor por intentar hacerle la tarea más difícil, pero no dejaría que ganase tan fácilmente.
Finalmente, Sebastien se inclinó y le dio un beso en la frente.
-Buenas noches, Ali.
Alexandra le dio las buenas noches entre dientes y se giró. En cuanto él apagó la luza y cerró la puerta, Alexa comenzó a llorar. Sabía que no debía, que tenía que ser más fuerte. Sin embargo, le resultaba imposible. Lucas había sido una persona muy importante para ella, y aún lo era. Pero no había vuelto a saber nada de él desde que se habían despedido en el aeropuerto. No le había contado esa parte de la historia a Sebastien, y nunca se la contaría por orgullo, además de porque suponía cómo iba a reaccionar.
Tras varias lágrimas y dolores de cabeza que iban y venían con ideas, Alexa se durmió pensando en los besos de Lucas y oliendo a Sebastien entre las sábanas.

sábado, 19 de febrero de 2011

2

Dejó la toalla y la ropa seca más pequeña que había encontrado, en el tocador, saliendo de la estancia con la excusa de poner la calefacción. La verdad es qque no era una noche fría, pero el hielo que se había formado en el corazón de Alexa había inundado la casa en cuestión de segundos. Sebastien sabía muy bien por qué venía. Conocía exactamente la razón por la cual se había presentado a las cuatro de la madrugada.
Lucas.
Lucas era un chico de origen argentino y residente en Barcelona, España, que había decidido pasar sus vacaciones en París jugando a los enamorados con Alexandra. Incluso Sebastien, a quien, en un principio, todo le había parecido tremendamente subrealista, había terminado creyendo las palabras de amor de Lucas, aunque nunca lo admitiese durante sus múltiples disputas con Alexa. Se acordó de una en concreto...
-¿Por qué no puede creer que me quiere? -chilló Alexa, dando vueltas por el salón.
-¡Porque no puede ser! ¡Nadie se enamora tan rápido! ¡Nadie...
-¿Nadie sería capaz de amarme? -le interrumpió-. ¿Tan poco me quieres que no puedes reconocer que alguien podría sentir algo por mí?
-Valentina Alexandra Devereaux...
Alexa se quedó callada, esperando a que soltase lo que tuviese que decir. Siempre que utilizaba su nombre al completo era porque estaba realmente enfadado. Y cuando estaba tan molesto, hasta Alexandra sabía que debía no interrumpirlo.
-Eres estúpida si piensas que no me importas -dijo-. ¡Maldita sea! ¡Lo único que no quiero es que te haga daño!
-Ya tardabas en llamarme estúpida...
-Valentina -rugió.
-No va a hacerme daño, ¿vale? Así que tranquilízate. Sé que me ama.
-¿Y cómo narices lo sabes? ¿Eh? -le preguntó- ¿Te ha traído rosas? ¿Te ha invitado a cenar? ¿Te ha besado en lo alto de la Torre Eiffel? ¡Todos lo hemos hecho alguna vez! ¡Despierta, Alexa!
-Sebastien, estúpido, no todos son como tú.
-Está bien. Vete -le pidió, tranquilamente.
-¿Qué?
-Que te vayas. Mientras estés con ese... ¡Me da igual! Haz lo que quieras. Es tu vida. Pero lárgate de la mía.
-¿Así se arreglan las cosas? Muy bien, Sebastien, te aplaudo. Eres, sin duda, el hombre más sensible y comprensivo del mundo.
Mientras Alexa daba un portazo, Sebastien clavaba sus nudillos en la pared del salón.

sábado, 12 de febrero de 2011

1

Sonó el timbre. Sebastien decidió dejarlo pasar. Eran las cuatro de la mañana y no creía que fuese nadie importante. Seguramente fuese un borracho o un mendigo buscando alcohol, cobijo o una oreja que lo escuchase, se convenció. Oyó como alguien dejaba su cuerpo caer sobre la puerta. Sólo conocía a alguien que únicamente llamaría dos veces para que le abrieran y se quedaría esperando una eternidad, o una madrugada, a que lo hicieran, sin insistir, sin dar golpes en la puerta, sin gritar. Se levantó inmediatamente y corrió hacia la entrada. Cuando giró la llave, notó como el frágil cuerpo se incorporó y cesó su fuerza contra la puerta. Todavía no había encendido la luz cuando vio una figura mojada, con la mirada clavada en el felpudo y los zapatos de tacón recogidos en los brazos. De su negra melena caían gotas de lluvia que habían decidido quedarse alojados en su pelo durante la noche de tormenta, y de su vestido oscuro sólo podía decirse que parecía una sábana recién sacada de la lavadora.
-¿Ali? -preguntó innecesariamente Sebastien. Ya sabía que era ella cuando su cuerpo se desplomó sobre la puerta nada más llamar.
-¿Puedo entrar?
Mientras sus ojos color noche subieron hasta la mirada verde de Sebastien, su maquillaje continuaba cayendo por su mejilla, pero sus labios aún estaban perfectamente pintados de rojo.
Alexandra entró y pasó por debajo del brazo de Sebastien, que todavía sujetaba la puerta. Cuando escuchó las gotas de lluvia caer sobre la madera de su apartamento, reaccionó y fue en busca de una toalla y ropa seca. Al volver a la entrada, Alexa ya no estaba. La buscó en el salón y la cocina, pero se había movido hasta el baño.
-¿Por qué te escondes? Así es imposible encontrarte -bromeó Sebastien, para, por lo menos, sacarla una sonrisa.
Sin embargo, Alexandra lo miró con los ojos con los que te mira un cachorro en adopción, dolorido, con la lágrima a punto de caer. La única diferencia era que, a ella, la rodeaba un halo siniestro, una especie de niebla que destruía cualquier sonrisa que pudiese pensar en tener. Sonó un trueno a lo lejos y él lo sintió como si, finalmente, Alexa hubiese dejado caer el corazón de las manos y se hubiese esparcido por el suelo del aseo.

sábado, 5 de febrero de 2011

Introducción

Alexandra Devereaux era un plato que ningún hombre dejaría sin probar. Quizás fuesen sus ojos negros los que conquistaban, con aquella noche llena de estrellas, toda mirada que se posara en su rostro, delicado, blanquecino. La señorita Devereaux sabía cómo expresarse, cómo hacerse notar con oraciones ocurrentes, llenas de adjetivos innecesarios y un ligero olor a dramatismo inventado. Ella había creado un personaje que no sólo llamaba la atención por su afición a la música metal, sino también por su alma de cristal, por sus rebuscadas palabras y su sencilla melena azabache que únicamente le rozaba los hombros al andar entre sonidos de tacón. Pero lo que más le gustaba a Sebastien de Alexa eran sus labios, siempre pintados de rojo, tan pasional y brillante que parecía sangre saliendo a borbotones entre sus dientes. O puede que fuese su forma de pedirle que se quedase un rato más, con la lágrima a punto de deslizarse entre exageradas demostraciones de amor.
Ali, como sólo él la conocía -pues no dejaba que nadie más la llamara así-, era la chica perfecta, más bien predecible, la que siempre te buscaba entre sollozos, la que nunca dejaba de exponer su corazón. Era perfecta… Hasta que llegó Sophie.